El Milagro Secreto
El arte y el olvido

¿Por qué a veces tardo años en interiorizar un cuento? Creo que se debe a la gestación de distintas ideas, pensamientos, ansiedades, emociones, en fin, de nuevas personalidades dentro de mí. El cambio es como un metal fundido buscando forma. La memoria a tientas lo vierte en el molde de alguna obra leída hace tiempo y en la nueva interpretación adquiere una integridad propia no para definir la obra de arte en sí, sino un momento o época determinada de nuestras vidas.
Por ejemplo, de adulto me he vuelto una persona sumamente morbosa. Siempre tengo la muerte muy presente, el gran misterio de cómo va a suceder, el miedo a la agonía, el hecho de que mis días son contados. Intento que eso les inyecte pasión, júbilo y gratitud. Tengo treinta y dos años, todavía soy más o menos joven, pero me da mucha ansiedad saber que hay tantos proyectos que escribir, historias que terminar y que el mundo se acabe antes de poder realizarlas. Variaciones del Apocalipsis no le faltan a nuestra época.
Por esto he rumiado mucho últimamente el cuento de Borges, El Milagro Secreto. El cuento trata de un escritor que es arrestado y condenado a muerte por fusilamiento antes de que haya terminado su gran obra, un guion de teatro. En resumidas cuentas, en el instante antes del fusilamiento el tiempo milagrosamente se estira lo suficiente para que el dramaturgo pueda terminar su obra antes de morir.
Antes pensaba que el objetivo de Borges al escribir el cuento era esa elongación del instante y más como recurso estilístico. A Borges le fascinaban los laberintos y el tiempo; veía en los laberintos un símbolo perfecto para nuestros días, que son una peregrinación con un destino insólito.
Ahora me doy cuenta de que el paredón del fusilamiento significa otra de las grandes fascinaciones de Borges: el olvido. Sin importar si el condenado escribe o no esa obra de teatro, el destino de su arte y de su vida es el olvido. El paredón de fusilamiento es la gran ráfaga de los siglos. ¿Qué más da si labra su obra de forma genial o mediocre? El destino de Homero, Shakespeare, Cervantes, Borges, de los colibríes que de repente se asoman en mi ventana, de las flores del jardín de mi vecino (alternadas cada semana), de la forma de las nubes, las efímeras esculturas de las olas, el destino de las constelaciones, de esas estrellas cuya luz nos llega pero que ya desde hace millones de años se apagaron, es el olvido. Es un concepto extrañamente reconfortante porque aplaca en gran medida la ansiedad y nos da esa mirada fría y templada de Marco Aurelio, aquel emperador filósofo que sabía que Roma y todo su esplendor se iba a esfumar en el tiempo. Las polillas devoran hasta las páginas amarillentas de la historia. Llegará un día donde ni Roma ni Edward Gibbon serán recordados.
Pero El Milagro Secreto no es el Ozymandias de Percy Shelley. No se trata exclusivamente del olvido y la perdición de todas las cosas, de la derrota de la voluntad humana y la inutilidad de nuestras acciones. Su tono no es pesimista, al contrario, es muy tierno. ¿Cómo es posible?
Recuerdo el poema más bello de Borges, Everness. El poema comienza diciendo que sólo una cosa no hay en el universo: el olvido. Canta que Dios guarda en su infinita memoria todas las cosas. ¿Cómo reconciliar entonces las dos perspectivas? ¿Existe la eternidad desde un punto de vista secular? ¿Y cuál es el punto de hacer arte si va a llegar un día en que ya no existirá jamás?
He ahí la belleza del cuento. Borges demuestra que la eternidad sí existe: existe en el sueño de ese hombre, ese sueño que se estira por siglos secretos, siglos de oro, cargados de júbilo, perplejidad y asombro. Así como la distancia entre dos puntos puede ser dividida hasta el infinito; así como el Ulises de James Joyce se trata exclusivamente de un día como cualquier otro, un día que para ser vivido se requirió la concepción del universo y el transcurso de millones de años, un día que lleva consigo todos los días que le seguirán, y de cierta forma también la gran noche que depara a todo; también ese instante antes del fusilamiento se estira la duración exacta del acto de creación artística. Borges tuvo la genialidad de que su escritor fuera un dramaturgo: su obra nunca será ensayada o puesta en escena. Solamente vive en su imaginación como un gran sueño artificial labrado en hexámetros, el sueño de un personaje soñado por Borges, soñado por Dios. El escritor no la escribe para un público. Escribirla (en sus pensamientos nada más) es un acto de redención, pero también del tiempo como una invención humana. Dentro de la prisión de nuestra carne, siempre sufriendo, con esa lágrima inmortal que el condenado lleva en su mejilla —eso es lo que más nos aproximamos a la eternidad.
Octavio Paz decía que para nuestra época tan desoladora y triste deberíamos de tener una concepción del tiempo basada en el momento presente, el instante donde la eternidad pasada se convierte en la eternidad futura. Como tal, el presente eterno, el gran Hoy que vislumbraba Kierkegaard, es el nombre de nuestra esperanza.
Nuestra plegaria es la del condenado la noche antes de morir: "Otórgame esos días, Tú de quien son los siglos y el tiempo."