Mario Vargas Llosa

El rol del escritor en nuestro brave new world.

Mario Vargas Llosa

Nunca he entendido eso de separar al artista de su vida. Es imposible. El arte surge de la experiencia. La literatura es esculpida tanto por la memoria como por la fantasía y la imaginación. La perspectiva política es inseparable del arte de una persona. Aun la política y sus valores más deplorables nos han dado, en casos extraordinariamente específicos, arte espectacular. Pienso en el racismo de H.P. Lovecraft, un odio tan obsesivo que, como argumenta Michel Houellebecq en su ensayo Lovecraft contra el mundo, contra la vida, actuaba como un alucinógeno, detonando su prosa más exquisita y aterradora. Ezra Pound trabajó para la propaganda de Benito Mussolini. Su despreciable fascismo nos dio la temible y bélica Sestina Altaforte. (Ahora que la releo no me parece tan buena.) ¿Y cuántos escritores contemporáneos no apoyan a Obama, por ejemplo, un asesino condecorado con el premio Nobel de la Paz, o a Kissinger, o a Biden?

No lo digo en el sentido de que para entender una obra hay que leer la biografía del artista. Para nada, simplemente lo digo para resaltar que el lector sea capaz de una crítica compleja, porque he ahí en mirar en las profundidades más oscuras de la naturaleza humana que podemos deslumbrar la clase de criaturas que somos, tan asombrosas, ingeniosas y bellas, como crueles, viles y pueriles.

No hay otro escritor supuestamente más opuesto a lo que aspiro que Mario Vargas Llosa. Fue un escritor realista apasionado por la historia y la política, adherente a Adam Smith y al neoliberalismo. Vargas Llosa era una de las voces más importantes de la derecha global, un conservador acérrimo amigo de abominaciones como Jair Bolsonaro. A este último le debemos crímenes de lesa humanidad como el despedazamiento total del Amazonas, un daño prácticamente irreparable para los sistemas de vida de nuestro planeta, difícil de concebir en su monstruosa totalidad.

Y aun así, aun con todos sus ideales trastornados curiosamente para mí, Mario Vargas Llosa representa el modelo de escritor al que quiero dedicar mi vida. Vargas Llosa tachaba al anarquismo como un mero infantilismo, al socialismo que tanto añoraba América Latina como una fantasía. Sí, el anarquismo tiene a sus simpatizantes pueriles, pero para mí significa algo más que una forma de hacer política: es el estado natural de las cosas, el gran caos que le imparte dignidad a todo lo que nos rodea, que pinta de belleza al universo a través de una libertad innata dotada a todo ser. En cuanto a política, el socialismo libertario, es decir un socialismo que respete la libertad individual pero que también esté comprometido con elementos como los derechos humanos, un salario universal mínimo, el derecho a un planeta habitable, derecho a la vivienda universal, a la salud y educación, que no reconozca reyes o señores feudales como lo son la nata putrefacta de las corporaciones modernas, es desde mi punto de vista, a lo mejor que podemos aspirar como sociedad.

Mi política es diametralmente opuesta a la de Vargas Llosa, pero el cómo conducir esa política, cómo defenderla siempre con herramientas racionales como el debate y la claridad al escribir, es precisamente el legado por el que yo no tengo más que gratitud. Para Vargas Llosa, el escritor es un rebelde durante el acto de escribir, en donde se rebela contra la realidad misma, contra la inanidad de la vida, el tedio, la miseria, las circunstancias históricas.

Y es que es muy sencillo: yo fui un escritor antes y después de leer a Mario Vargas Llosa. Yo no soy, ni por el momento quiero ser, un escritor realista, pero él me enseñó las herramientas básicas para escribir ficción. Los críticos lo comparan mucho con Flaubert, pero a mí me recuerda más a Faulkner. Novelas como La Fiesta del Chivo mezclan los varios puntos de vista de As I Lay Dying con la estructura de Santcuary, en donde un secreto terrible es postergado hasta el final del libro, así como los flujos de conciencia que extienden las vivencias de un solo día en la vida de Rafael Trujillo a la longitud de quinientas páginas.

Probablemente porque esposaba los valores del poder, a Vargas Llosa se le respetaba tanto. Mucho lo tachaban de divo. A mí no me importa. Vivimos en una época que desprecia a la literatura. Las corporaciones estadounidenses de inteligencia artificial no solamente claman, falsamente, pues son meros ladrones glorificados de propiedad intelectual, que sus ridiculeces pueden reemplazar a la cualidad más bella de los seres humanos, que es la capacidad y el gran misterio del lenguaje. Como decía Galileo, tejer de medios finitos una infinidad de expresión.

Actualmente, la tecnología arrasa con los bastiones de la literatura. Amazon se convierte en un señor feudal que exige sumisión de parte de todos los escritores y las editoriales. Vargas Llosa le daba a la literatura la dignidad que merece, como la madre de la belleza y las maravillas que los seres humanos se han contado a unos y a otros desde que los sueños encontraron expresión en palabras. Esa ética la desempeñaba en su labor como novelista, cuentista, crítico y columnista.

En un mundo de redes sociales, capitalismo de vigilancia, neofascismo, la profecía ínfima de Philip Roth se está volviendo realidad: la gente, aunque goza de los niveles de analfabetismo más bajos en la historia de la humanidad, está dejando de leer las grandes obras, ingiriendo “contenido” curado por algoritmos. La pantalla arrasa con el libro.

¿Qué significa ser escritor en un mundo que no para de escribir? Todas las personas en internet están escribiendo constantemente, lo sepan o no: mensajes de texto, emails, comentarios, pero también cada like, cada búsqueda, hasta el scrolling y la navegación — todo forma parte de una inmensa estela que vamos dejando atrás siempre que interactuamos con la pantalla. No dejamos de registrarnos y anotarnos en la máquina en todo momento.

Escribir es mucho más que una bitácora y una mera cuantificación de la naturaleza humana en datos, patrones, estadísticas. La escritura es la piel de la imaginación. Es un acto de creación, compasión, análisis y amor sobretodo. Creo que la respuesta de cómo afrontar este brave new world es esa ética de trabajo que practicaba Vargas Llosa, así como ser lector antes de escritor, la devoción a los clásicos, la difusión cultural.

Pero el escritor contemporáneo no se puede dar el lujo de seguir alabando al canon occidental que tanto enaltecía Vargas Llosa, seguir concibiendo a la literatura nada más con los valores estéticos europeos. Nuestro momento histórico, donde el capitalismo despedaza al planeta y a todos sus habitantes, nos pide una nueva concepción del arte que pueda mezclar una vez más lo sagrado con lo mundano, lo espiritual con lo científico, el Norte con el Sur.

Necesitamos una nueva forma de darle significado a la materia más allá de valores numéricos, así como narrativas más grandes, bellas y épicas de quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos y cómo nos relacionamos con el mundo que nos rodea. Dejando atrás la piel muerta de los nacionalismos, hay una nueva humanidad que llora por nacer, por tener nombre, historia, familia, que añora sueños y esplendores.